Jim
Hoy sábado me levanté con ganas.
El día estaba gris y
lluvioso y lo sentía mi aliado. Siempre me han gustado los días grises. Son
como una guarida para los románticos.
Sonó el teléfono y
era un pedido muy especial que requería un amigo. Quería retirara unas cosas de
un Asilo de Ancianos, que había dejado una señora recién fallecida y él no
podía hacerlo ya que trabajaba. Como tenía tiempo y me sobra la voluntad,
accedí.
Llegué al Asilo y me
encontré con un tremendo edificio moderno, en pleno centro de mi ciudad, con
amplios estacionamientos cubiertos, una entrada que más parecía la de un hotel
y un Front Desk digno de un palacio.
Subí en el elevador
al piso que me correspondía (llevaba una de esas llaves-tarjetas que abren mil
puertas) y me dirigí a una de las puertas de entrada. La abrí con la tarjeta y
lo primero que noté fue un fuerte olor a medicamentos mezclados con orines
secos y vejez. Porque la vejez también tiene olor.
Y allí comenzó mi
aventura.
La mayoría de los
internos estaban al alcance de mi vista y al estudiar sus rostros sentí una
sensación tan fuerte que......
Me gustaría tanto
tener la calma y un profundo rebusque literario para interpretar fielmente, con
lujo y detalle lo que vi, lo que sentí. Pero soy tan atolondrado y efusivo, que
mis sentimientos se revuelven con mis ideas y juntos se apretujan en mi mente,
ávidos y ansiosos por salir. Es como si al plasmarlos en éste escrito cobraran
vida. Y claro, ellos están "verdes" por dejar de ser un pensamiento y
hacerse realidad.
El primero que se me
cruzó fue Jim. Le calculé unos 90 años, vestía pijamas y unos notorios Pampers
entre sus lentas piernas. Su cara era una sonrisa-triste y miraba todo sin ver
nada. La actitud de su rostro bien podría descifrarse como "una constante
obsesión". Estaba al lado de la puerta por donde entré, la cual sólo se
abría desde afuera y con la mentada llave por dentro. Y Jim esperaba paciente y
con su sonrisa dibujada en ese rostro trasparente y ansioso. En cuanto entré
Jim se coló y salió, pero fue sorprendido en el acto por una enfermera-guardia
, la que con palabras "dulces" lo llamó por su nombre, asió su brazo
y lo encaminó hacia adentro. Jim obedeció sin oponer la más mínima resistencia.
Incluso sonriendo acompaño a la enfermera-guardia, la que una vez adentro lo
dejó caminar libremente. Su mirada continuaba dirigida a la nada y su sonrisa
marcada abrazaba su obsesión, porque dio unos cortos pasos hacia adentro, hizo
una curva lentamente y se situó en la misma puerta y allí se quedó, esperando
otra oportunidad. Quería irse el pobrecito, quería salir de ahí. Tal vez
-pensé- ésa había sido su eterna intención, día a día, a cada instante, tal vez
- seguí pensando- hasta se había olvidado de para qué quería salir, no sabría
donde llegar ni donde ir si llegaba hasta la puerta de la calle. En fracciones
de segundo deduje su actitud. Creo que nunca aceptó la decisión de irse a morir
a un Asilo de ancianos y luchó tanto en su cordura contra ello, que aún ahora
se empecinaba en huir de allí. Ahora que sus músculos no le respondían, ahora
que, rodeado de extraños su mente quizás donde, solo enfocaba esa puerta como
la entrada hacia el calor de una familia perdida, o la salida de un infierno
ganado en vida, o tal vez ninguna de las dos, simplemente veía la puerta como
algo que su sub consiente le empujaba a cruzar, siguiendo las huellas dejadas
desde el día de su ingreso al Asilo.
Jim ocupó casi 3
minutos de mis pensamientos y logró traspasarme casi un siglo de dolor, de
soledad, de tristeza.
Me encaminé hacia la
habitación 626 y comenzaron de inmediato a invadirme un cúmulo de sensaciones
nuevas, fuertes, dolorosas y llegaban a mi como páginas de un mismo libro. Vi
una televisión y algunos que la miraban, varios de ellos en sillas de rueda,
algunos dormían, otros lloraban en silencio sin ocultar ni secar sus lágrimas,
lágrimas que envolvían quizás qué pasado. Cuántos de ellos se negaron y
resistieron a ingresar a ese recinto y su senilidad les impidió demostrar
argumentos convincentes. Quizás cuantos de ellos lo aceptaron como única
solución y quizás cuantos otros ni sabían el porqué de sus lágrimas, de su
pena, de lo que perdieron. Así como nosotros en nuestra juventud y madurez,
sentimos un dolor carnal sin poder darle explicación, podremos en nuestra vejez
sentir dolor en el corazón, pena y tristeza que nos lleve al llanto continuo
sin saber porqué?
La mayoría me miraba.
Y vi en cada rostro un mismo elemento, no sé como llamarlo, pero era como si me
esperaban, veían en mí el rostro de un hijo, de un nieto, de un esposo, de un
familiar, o qué sé yo. Vi en sus rostros sonrisas vestidas de lágrimas, vi el
olvido tratando recordar, vi una puerta abierta hacia no sé dónde, vi soledad,
pena, abandono, vi el calvario con canas y arrugas, vi "el pago de
chile" de una manada de hijos de puta que se desprenden de sus padres con
una frialdad espantosa, vi la Muerte sentada y fumando y cagada de la risa
esperando. Solo esperando. Y sus miradas me seguían, casi implorantes de una
caricia, de unas palabras, de una conversación siquiera, de ser yo el que ellos
esperaban. De repente nació en mi una necesidad tan imperiosa de abrazarlos a
todos y cada uno de ellos,, sentí ganas de llorar con ellos, abrazarlos y
llevármelos a todos, que todos fueran mis abuelitos, yo iba a ser el nieto de
ellos ahora. De todos ellos. Me los llevaría a una casa grande y a todos los
cuidaría y mimaría y los regalonearía y..............puta que me dio pena.
......................................................................
Ya estaba hecho
mierda.
Entré en la
habitación 626 y me paré en la puerta. Las estelas de la muerte seguían aún
impregnadas en el aire, en las paredes, en la única cama, en la tele antigua
arriba de una cómoda más antigua. Una foto blanco y negro casi amarilla,
mostraba a la doña sentada vestida de novia, y a su esposo de pie, engominado y
orgulloso, ambos jóvenes y bellos. Otra foto mostraba a niños en un cumpleaños
rodeando una mesa y nuevamente el matrimonio de pie detrás de ellos. Otra -ésta
a color- mostraba un hombre maduro junto a su bote, su esposa y 3 niños. Y
varias otras más, todas en blanco y negro. Eran las únicas testigos de quizás
cuantos recuerdos hechos tormento en aquella triste habitación. La posición de la
cama permitía ver con mas facilidad, todas esas fotos que la tele misma. Esa
mujer había vivido su último tiempo mirando esas fotos. Recordando o tratando
recordar quienes eran. Sentí tan nítidamente el dolor que la acompaño a través
de esas fotos, que hasta vi el mar de lágrimas derramado en esos recuerdos.
Era un deber que no
me correspondía, el hurguetear en el último mundo de una desdichada que murió
recordando.
Dejé todo intacto y
salí de allí.
En mi camino de
vuelta aparecieron más viejitas y nuevamente recibí esas miradas. Esta vez di
rienda suelta a mis instintos y comencé a despedirme de cada uno de ellos con
un marcado contacto físico. A uno le toqué su carita, a otro le sobé el hombro,
a todos les sonreía, a una abuelita con cara de gruñona le apreté dulcemente la
carita e inmediatamente me sonrió, a los que estaban más lejos les hice señas.
Era tanta la falta de cariño que de ellos todos emanaba, que mi gesto lo
recibieron con esa cara dulce que ponen los viejitos al sonreír con pena y un
poco de alegría. Otra vez me embargaba la misma sensación de impotencia, otra
vez un nudo se posaba en mi garganta, otra vez quería cambiar el mundo en un
minuto. Y seguí avanzando lentamente hacia la puerta de salida.
Y allí estaba Jim.
Esperando eternamente alguien que le abriera la puerta. La enfermera-guardián
esta vez brillaba por su ausencia. Me acerqué a la puerta, la abrí , miré
dulcemente a Jim con mi mano apoyada en su hombro, esperé a que me mirara y
cuando lo hizo le dije " Abuelito, fíjate bien lo que haces, mira que la
abuelita se va a enojar", En el acto su sonrisa-trizte cambió de tono, se
tornó en una sonrisa de niño malo y travieso y sus ojitos brillaron, comenzó a
mover la cabeza afirmativamente y casi como escondido y en un gesto de complicidad,
elevó su dedo índice hasta la boca y me dijo casi en susurro "no le digas
nada" Siguió sonriendo con el rostro cada vez más feliz y comenzó a
alejarse de la puerta. Era un viejito tan lindo, tan limpiecito, ahora su
sonrisa era tan bonita, que me acerqué a él y le estampé un beso en su mejilla.
"Chao abuelito" - le dije - con una pena que me calaba hasta los
huesos.
Y se fue sonriendo.
Avancé hasta el
elevador con un ardor en los ojos que no me dejaba ni pestañear, tampoco podría
haber dicho palabra alguna por el dolor al pecho que ya me ahogaba, pero tenía
que aguantar, pasar por el Front Desk y salir del edificio hasta donde tenía mi
coche.
Llegué, me subí y
encendí el motor para confundir su ruido con mi llanto, el que salió despedido
cual un alarido imposible de contener.
Y lloré.
Puta que lloré.
Fin
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